La sayona de canoabito by Florencio josé malpica hidalgo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0
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1
Corría el año 2001. Yo contaba entonces con diecinueve años cumplidos, y estudiaba el tercer semestre de educación. Tocaba cuatro, mandolina y era parrandero como lo había sido mi padre y mi abuelo. De ellos había heredado el peregrinar andariego y bohemio, plasmado de tragos de aguardiente y hermosas muchachas. En mi recorrer jamás había topado con seres etéreos y nocherniegos, como los muertos y aparecidos, hasta ese día que aun guardo en mi memoria como si fuera ahorita mismo. No sé, si van a creer o no creer, lo que les voy a contar. Pero esto nos ocurrió una noche oscura y tenebrosa, a las primeras horas de la madrugada del día de todos los santos o como le llamamos por aquí, el día de los muertos.
—La Sayona está saliendo de nuevo, en la carretera de Canoabito.
—¡Claro!, con ese desenfreno contra las buenas costumbres y el buen proceder, era de esperar que se alborotaran también los espantos —refunfuño por allá, mi suegra, la señora Dolores.
Este diálogo se coreaba por aquí, por allá, y en cualquier parte de Canoabo. Un poblado agreste atiborrado de tradiciones orales envueltas en las tenebrosas telas de araña que cubrían los viejos cafetales; ocultas entre la neblina que bajaba de los cerros a tempranas horas de la tarde y que se discurría con su frio silencio entre las solitarias calles de tierra, y sobre los mohosos techos de tejas. Pero estas imágenes representaban el pasado colonial y bucólico. El presente lo protagonizaba un Canoabo con aires citadinos que emergían del recinto universitario fundado en honor al maestro “Simón Rodríguez”, y de los visitantes que se enamoraban del sempiterno paisaje montañoso y la generosa hospitalidad de su gente. La comarca avanzaba a la par del nuevo milenio: La apabullante tecnología, la telefonía móvil, el esnobismo hacia nuevas tendencias sexuales, y las avasallantes compras compulsivas irrumpían bruscamente alterando el orden establecido y cambiando costumbres y modos de vida. Ahora los padres de familia vivían atemorizados con el “Livin` la vida loca” que vociferaba el célebre exintegrante del no menos famoso Grupo Menudo.
Pero no solo la reaparición del espanto de la Sayona por los parajes oscuros de la carretera de Canoabito, mantenía a los pobladores en un parloteo incesante. El cotorreo aumentaba con frenesí los jueves y los fines de semana cuando los jóvenes universitarios y los del pueblo bailábamos hasta el amanecer con las nuevas tendencias musicales. Las minitecas y el rock and roll habían quedado atrapados en aquellos años ochenta; fue la época cuando apareció en escena Michael Jackson con la canción thriller, y su video de los muertos vivientes causo furor en el pueblo dejando en el olvido la fiebre por el break dance. Aquello era harina de otro costal, ahora se bailaba en las calles con el sonido bestial de los carros; el reggaetón y bailar perreo expresaban la rebeldía que los jóvenes llevamos en nuestra siquis, y que cada generación reinventaba. Aquella música pegajosa y aquel baile sensual, y divertido, incitaba las más acaloradas protesta y rechazo por parte de nuestros padres, pero muchas gatas sandungueras hacían caso omiso y caminaban por el tejado de las viejas casas, escapándose hasta el amanecer y así el perreo continuaba en las plazas y bulevares, alborotando las noches y madrugadas al ritmo del pum pum pum.
2
En Canoabito la tarde del sábado, víspera del día de los muertos, caía con el crepúsculo rojizo anaranjado que se dibujaba en la cúpula añil, hacia el noroeste de la población. Las conversaciones sobre la reaparición de la sayona y el quehacer diario afloraban la cotidianidad de la gente. La señora Dolores correteó desde la cocina hasta el cuarto de su hija, mientras la puerta entreabierta dejaba salir a todo decibel una canción de Wisin & Yandel. Intrigada metió el ojo por la rendija y luego arrugo la boca y juntó las cejas cuando la vio sentada sobre la cama repintándose la boquineta al estilo de Pamela Anderson la superestrella de Baywatch. Milagros con dieciséis años cumplidos notó su presencia través del vidrio del espejo y se hizo la que no la había visto, y continuo arreglándose las uñas, acicalándose un mechón de pelo y retocándose la sombra de los ojos Su madre al verse descubierta entro carraspeando la garganta, y dándole golpes a la puerta.
—Cof, cof… ¿Se puede saber pá donde va usted, mija?
—¡Guas mamá!...se te olvido que ayer me diste permiso para ir a bailar con Ernesto —le respondió con recelo.
—Hum… Ernesto… ¡cuidado y me vienes con una barriga!...mirá que no has terminado ni siquiera el bachillerato.
—¡Hay mamá no seas mojigata, que barriga ni que ná!
—¡Jajaja!…Mojigata yo, ¡zape!, ustedes son los mojigatos que se dejan embobar con toda esa porquería de música que bailan ahora, y luego regresan preñadas toditas. Ahí está la hija de mi comadre Asunción, de que le valió tragarse el montón de pastillas, si no se la saben tomar al día. ¡Esas si son mojigatas, yo no!
—Mama son los nuevos tiempos, es el baile de moda, y la que se duerme pues le pegan su barriga pá que no sea gafa.
—Los nuevos tiempos, y los viejos, son igualitos, y a todo parrandero le sale un muerto en el camino. Así que aquiétese en su casa, que por ahí ya está saliendo la Sayona, y por algo será porque esos espantos no deambulan sino donde abunda el bochinche y el resbale.
—Pero mama, ahora sí que te dieron el doctorado en mojigata. Si ya estamos con el nuevo milenio a cuestas, y usted con esa pendejada de los espantos, que si el diablo, que si el muerto de la quebrada. ¡Qué sayona ni que ocho cuartos! si de verdad es cierto, seguro que era una mujer más brincona que la gata de mi tía Josefa… ¡jijiji!
—Hay mija no se burle de Casilda, mire que usted no la ha visto volando. Mire como se me paran los pelos del cuerpo con solo recordar la expresión de los ojos de mi comadre Olegaria. A la pobre casi le dio un infarto, y a los otros que la acompañaban el susto todavía lo llevan encima y eso que han pasado como diez años de aquel inesperado encuentro.
—¡Volando! ¿Cómo que volando?...ni que fuera Bombón la Chica Superpoderosa… ¡jejeje!
—Mire Milagrito deje las burlas que la cosa no es pa juego, yo siendo usted no volviera a caminar más de noche por esa carretera. Yo siendo usted no caminaría más pá esos bochinches. Pero ustedes son más tercos que la vieja mula de Don Marcos Melean, y hay que dejarlos que se den su trancazo, pá que aprendan. ¡Ah otra cosa! —acotó antes de salir— voy al pueblo con mi comadre, y no llegue tan tarde. —Luego agregó— ¡y ahí afuera están Ernesto y tus amigas!
La señora Dolores salió de la casa y de un trancazo cerró la puerta de madera. Cuando levantó la cabeza nos vio sentados en el jardín, y en señal de desaprobación noté cómo se le arqueaban las cejas y apretaba la boca. Luego saludo muy cortésmente.
—¡Ernesto, como esta!
—Muy bien, señora Dolores… ¿esta Milagritos en casa?
—Si ya debe estar por salir. Me voy —dijo aligerando la marcha— ya son las tres de la tarde y debo regresar antes de que oscurezca. Espantos en mi camino, ¡zape!, eso no quiero yo.
La vimos marchar sin despedirse, y mientras caminaba le oímos decir que llevaba prisa pues debía revisar los trabajos de ornato y limpieza que le estaban realizando a las tumbas de sus deudos y luego iría con su comadre Olegaria a ofrecer la misa por el alma de los fieles difuntos. Rato después, Milagros se asomó por la ventana preguntándome si estaba bonita, yo le dije que sí pero que se veía más bonita cuando estaba cerquita de mí. En un santiamén abrió la puerta, bajo los pequeños escalones, y luego me dio un beso bonito de esos que le atoran a uno la garganta y le encabrita el corazón. Después saludo a sus amigas e inmediatamente ajilamos poco a poco por la carretera, y yo para hacer el viaje más placentero y aprovechando lo que decían del regreso de la Sayona, comencé a relatarles los encontronazos que habían tenido mi papa y mi abuelo, por esta carretera, con aquellas figuras fantasmales que surgían de la nada en medio de la oscuridad.
Si bien es cierto lo que contaban mis ancestros, también es cierto que aquellos aparecidos se fueron alejando poco a poco con el devenir de los nuevos tiempos. La gente decía que le rehuían a la electricidad, y al asfaltado de los caminos. Sin embargo, el espanto que estaba enquistado en la mente de la gente era la Sayona de Canoabito, esta había logrado mantener el estatus del espectro más escalofriante del pueblo, porque cuando menos se le esperaba retornaba entre las sombras que pululaban en las bocacalles o entre los parajes solitarios de los viejos caminos. Donde hubiese una penumbra aparecía con su larga cabellera, y con aquel grito silbante que cortaba el canto de los grillos y le espelucaba el cuerpo hasta el más valiente de los lugareños.
3
Las campanas de la iglesia dieron las seis de la tarde y poco después comenzó la fiesta en el Club Canoabo, al frente de la Plaza Bolívar. A las ocho de la noche la fiesta estaba a full reggaetón, allí las gatas sandungueras maullaban bajo la luna en cuarto creciente y varias parejitas bailaban el perreo intenso con muchos movimientos sensuales. Nosotros lo bailábamos con movimientos más suaves y calmados, ambos nos seducíamos baja el efecto del licor de Anís y el baile.
—¡Milagros si te viera tu mamá Dolores!—le dijo Petra quien agitaba vigorosamente las caderas, mientras flexionaba las rodillas.
—¡Me mata, seguro que me mata!
—¡jajaja! —carcajeó Petra.
Muy cerca de ella una gatica ronroneaba con su pareja, y la noche, joven aún, avanzaba con el pum pum del reggaetón y el perreo incansable de los bailadores.
El reloj de pulsera marcaba las once y cuarto, cuando de pronto se desencadeno una pelea muy cerca de nosotros. Una trifulca de dos chavales que reñían por los amores de una gata sandunguera, se convirtió luego en una pelea callejera, uno de ellos saco un arma blanca y lanzó varios navajazos encontrando solo el aire en su camino. El contrario no se amilano y tomó una botella por el cuello y la quebró contra el piso. Varias muchachas gritaron, mientras otras corrieron despavoridas cuando el pico filoso de la botella se adentró en la mejilla y luego con pasmosa agilidad le cerceno la yugular de un tajo preciso. El chaval cayó herido de muerte mientras la sangre bullía a borbotones extendiéndose por el piso.
—¡Corran! —gritó Milagros
Como una manada de báquiros salvajes, todos arrancamos a correr buscando el centro de la plaza. Minutos después se presentaba una comisión de la policía disparando balas de salvas al aire, y tomando control de la situación. Como resultado de la infidelidad de aquella gatica, un joven lo ingresaban al dispensario médico en grave estado de peligro, y el otro lo llevaban directo a la fiscalía de Valencia.
4
Habían transcurrido como veinte minutos de la pelea, y Milagros aun temblaba de nervios, como la vi asustadita la tomé de la mano y les dije a las muchachas que era hora de regresar a nuestras casas. Ellas asintieron y pasamos buscando la mandolina por la casa de mi tío Bonifacio. Luego enseguida emprendimos la marcha. A la altura de la Casa del Alto, las campanas de la iglesia sonaron doce veces anunciando un nuevo día, el día de los muertos. Como las muchachas venían nerviosas por el acontecimiento ocurrido en el club, comencé a tocar la mandolina y a cantarles unas canciones de Gualberto Ibarreto para que se distrajeran.
Eran como las doce y veinte, aproximadamente, y estábamos a mitad de camino cuando Milagros percibió la tétrica soledad de la carretera, era como si los únicos lugareños del sector que habían asistido a la fiesta hubiésemos sido nosotros. La luna empezando el cuarto creciente dejaba irradiar una luz tenue y opaca, que apenas se filtraba entre las copas de los árboles y luego se perdía en la oscuridad que siempre reinaba en ese trayecto. Cerca del paso del Muerto del Mango un frio repentino erizo nuestros cuerpos, y las muchachas no aguantaron más aquel sobresalto y se apilonaron junto a mí, tomándome por los brazos, y rodeándome la cintura. Enseguida pare de tocar el instrumento, y el canto trágico de un Chupa hueso se dejó escuchar en la cercanía del camino. « ¡Chuicccc, chuuiiiccccc!»
—¡Aghgggggh!—gritó de terror María angélica
—¡Hay mamá!—dijo Petra mientras se apretujaba contra mi espalda, y yo no encontraba qué hacer con aquel manojo de brazos que me entrelazaban casi no dejándome caminar.
—Pero bueno muchachas, es que me van a ahorcar —les dije, levantando en lo alto la mandolina a no ser que la fueran a tumbar— es solo un Chapa hueso, esos bichos nocturnos que vuelan entre los árboles.
—Hay mamá Dolores —gimoteo Milagros que casi se fundía a mí en un abrazo— esos pájaros feos, anuncian la muerte. Los chupa huesos solo aparecen cuando va a morir alguien.
—Seguro murió el muchacho —sentencie un tanto preocupado— el pobre llevaba una hemorragia por la yugular que si se salva es de bromita.
—No me hablen de muerto, que tengo los pelos de punta y ya estamos pasando por donde sale el Muerto del Mango, y dígame si nos sale la chillona, ¡digo la Sayona!
Hablando del diablo y el que se aparece, pues cerrando la boca María Angélica, un grito espeluznante, como si saliera de lo profundo de la tierra surgió detrás de nuestros pasos. «Ahhhaaaaaayyyyyyyyyy». Las muchachas me apretujaron casi a reventar, apenas podía respirar, y con el poco aliento y la voz entrecortada, les decía:
—¡Ese debe ser Luís, que ya nos está alcanzando, y nos está jugando una broma!
. Como pude me desprendí de aquellos brazos que parecían tentáculos y voltee a ver si lo distinguía entre los arbusto. Pero solo se veía oscuridad y se escuchaba la cantaleta de las muchachas.
—Vean que no es espanto, ese debe ser Luís que esta escondido en el monte.
Y yo envalentonado les alenté para que vieran que no había nada. Atemorizadas, pero haciendo de tripas corazón, voltearon a ver. Pero lo que vimos volando por los aires, nos quitó la respiración. Aquel espantajo de largo vestido blanco, ojos rojizos y relampagueantes, había salido de lo alto de los árboles y se nos abalanzaba, mientras un grito, ahora más aterrador, casi nos perforaba los oídos. «Ahhhaaaaaaaaayyyyy». Las muchachas gritaron, zapatearon y no sé si se mearon, y sin saber cómo, ni cuando, ya estábamos corriendo en medio de la espesa oscuridad.
—¡La Sayona, Ave María Purísima! —exclamo Petra, mientras se santiguaba a diestra y siniestra.
Tres curvas más adelante casi llegando a los bambúes, de la nada se apareció nuevamente la Sayona, esta vez en medio de la carretera. Se desplazaba de un lado a otro bloqueándonos el paso mientras dejaba escapar su grito macabro. Las muchachas ya tartamudeaban y retrocedían engarrotadas por el miedo que les consumía las fuerzas. En vez de rezar, solo balbuceaban palabras confusas. Aunque yo hacía de tripas corazón ante el espanto, recordé una plegaria que me enseño mi abuelo, inmediatamente la invoque, y luego tomé la mandolina y comencé a tocar una polca. En seguida noté que el espanto bailaba, de orilla a orilla de la carretera pero caminando hacia atrás y yo comencé a caminar hacia adelante, y las muchachadas detrás de mí. Con los nervios más sosegado observe a pocos kilómetros las luces del poste eléctrico más cercano, así que me propuse tocar la mandolina con más ahínco, pero mientras más duro tocaba, la Sayona bailaba, y la zapateaba, con más firmeza, hasta que la luz del poste la hacía más visible y luego se fue orillando, orillando, hasta que se perdió entre la espesura del monte, dejando atrás el eco de su lamento espeluznante.
…….«Ahhhaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyy»……..
Cuando las muchachas notaron que la presencia se había esfumado, pegaron la carrera dejándome solito, a Milagritos mi novia solo le pude ver las suelas de los zapatos cuando cruzaba el puente del rio. Momentos después, bajo el poste de la luz y ante los gritos de las muchachas los vecinos, cercanos, se apersonaron con escopetas y machetes.
—¿Que fue, que paso?
—¡La Sayona, la Sayona! —apenas balbuceaba Petra tirada sobre el suelo, casi a punto de desmayarse.
—¿Pero a dónde?
—¡Buaaaa…!¡Ahí, ahí, antes de llegar al puente —les decía Milagros que lloriqueaba a mi lado.
—¡Vamos Ernesto, díganos a donde se metió!
Acompañe a los tres señores y nos adentramos en el monte, llevando consigo linternas, escopetas y machetes. En el silencio de la noche solo se escuchaba los grillos, el jadeo de la respiración entre cortante, y el murmullo de las muchachas dando explicaciones. De pronto, detrás de una macolla de bambúes la vimos encaramada. El viejo Ramón le gritó: «vivo o muerto», y como no le contesto le soltó un tiro con la escopeta de doble cañón. No se escuchó nada, solo apreciamos el olor a pólvora y el espantajo que amenazante movía sus ropas al vaivén de la brisa que se filtraba entre los bambúes. Antonio, el hermano de Ramón, comenzó a rezar la magnífica, apuntó la linterna, y empuñando el machete se le fue acercando poco a poco. Cuando estuvo a tres metros se dio cuenta que era un viejo vestido de novia.
—¡A vaina, carajo! —dijo— esta sayona es un vivo.
—Vamos, síganme —nos dijo el viejo Ramón— vamos atraparlo que debe estar cerca.
Nos fuimos tras unas huellas en el arenal. Como trecientos metros rio abajo se escuchó una discusión y una sarta de improperios. Habíamos atrapado a la Sayona de Canoabito, y venia nombrando hasta del mal que íbamos a morir. Resulta que un señor de apellido Aponte, y su amigo “Cabeza e tigre”, estaban ocultos en los matorrales y cuando le preguntaron qué hacían allí escondidos, respondieron que se asustaron cuando escucharon el disparo, se bajaron de la garita donde estaban velando un animal, y que luego se ocultaron cuando escucharon los pasos cerquita. Aunque portaban un destartalado Chopo, los viejos no le creyeron, pero por mucho que buscaron al día siguiente, no encontraron otra cosa que el viejo vestido de novia, aún, guindando en los bambúes.
Cuando Milagros, Petra y María Angélica supieron lo acontecido, no dieron crédito a al viejo Ramón y a su hermano.
—No, no puede ser cierto, si nosotros la vimos volar entre los árboles. Pregúntenle a Ernesto para que les diga. Como un hombre iba a salir volando, y luego un poquito más adelante aparecerse bailoteando al son de la mandolina. ¡No nono… eso no lo puede hacer un cristiano!
5
Así quedo aquel acontecimiento, lleno de dudas y medias verdades. A los días, poco a poco se fueron diezmando las conversaciones y los murmullos sobre la Sayona de Canoabito. También ocurrió lo mismo con las manifestaciones de rechazo contra el reggaetón y el perreo, este continuo irreverente e impasible a sus antagonistas. Pero como el mundo es mundo, no habían terminado de echarle tierrita a los dos acontecimientos que tenían al pueblo en vilo, cuando de Sabaneta de Barinas emergía Chávez y su Revolución Bolivariana con una nueva propuesta de erradicar la pobreza en el país y de unir esfuerzos por un mundo multipolar, sus declaraciones exacerbaba a sus opositores, y los dimes y diretes coparon el diario acontecer de la gente del pueblo de Canoabo.
La cotidianidad marco nuevamente el paso del tiempo, y la tranquilidad sosegaba a la pequeña comarca en espera de la navidad y el año nuevo. Yo me dedique a ensayar las parrandas navideñas, mientras Milagros y sus amigas aun conversaban sobre el susto recibido, y la manera como se lo había predicho su mamá. Por otra parte la gente de la comunidad término por creer la inocencia que pregonaba el señor Aponte quien juraba y perjuraba que aquella noche él y su amigo, Cabeza e tigre, se encontraban allí velando una Lapa. Pero yo les puedo asegurar que desde ese día la Sayona de Canoabito no volvió aparecer más nunca por aquellos parajes. Mi abuelo me dijo que cuando un espanto baila el son que le tocan en el camino, es porque la gente ya no le teme y salen a buscar a otros cristianos a quien asustar.
Otra que también no volvió aparecer a altas horas de la noche por la carretera fue mi novia Milagros, un año después tomo concejo de su mamá y sentamos cabeza formando nuestra familia. Ahora cuando sus amigas de infancia, Petra y María Angélica, aún solteras, nos sonsacan para ir a regatonear al pueblo, ella les recuerda desde el corredor de la casa.
—Jejeje… ¡Tengan cuidado, que a todo parrandero le sale un muerto en el camino!
1.-Relato inspirado en un hecho verídico ocurrido a los amigos Cecilia Bastidas y Vicente “Vicentico” León. La trama, los personajes y los nombres son ficticios.
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